Iban pasando los días después de la noche en la que nos
conocimos e iba notando la necesidad de hablar con ella, de preguntarle cómo
estaba o simplemente sacarle cualquier tema de conversación.
Al día siguiente
ella me pidió que le mandara un mensaje de audio, quería escuchar mi voz, así
que se lo envié. A cambio, le pedí que ella hiciera lo mismo y así poder
escuchar su voz y cuando por fin escuché su voz, noté como una tensión extraña
se apoderaba de mi cuerpo por completo. Me encantó, su voz me encantó. Era una
voz potente, una voz de mujer. Era una voz algo ronca pero a la vez femenina.
Una mezcla que por supuesto acabó por hacer que quisiera escucharla más. Pasaron
los días y ella se saltaba clases algunos días para hablar conmigo por las
mañanas ya que yo tenía las mañanas libres. Me despertaba y la llamaba. Toda la
mañana nos la podíamos pasar hablando sin parar. Me hacía reír bastante, más de
lo que nunca nadie me ha podido hacer reír… ¿y qué puede ser más bonito que
eso? Cuando alguien te hace reír, sientes libertad, alegría y completamente una
forma de evadirte de una realidad bastante agotadora.
Me puedo acordar perfectamente de la primera vez que me hizo
reír tanto. Yo pensé que esa mujer era completamente perfecta, sin duda.
Empezamos a hablar con más continuación, a vernos por la cam, etc. Pero claro,
luego está la parte de la moral, la voz de la conciencia. ¿Esto está bien?
Tengo pareja, una persona que me quiere muchísimo. Entonces, en ese momento
intentaba alejarme de esa niña, de esa niña que estaba haciendo que un
sentimiento que desconocía aflorara en mí.
Todo empezó a empeorar, empecé a depender completamente de
esa persona. No podía dormir si no era junto a ella, no podía despertarme y no
ver un “Buenos días, amor” de ella escrito por WhatsApp, etc. ¿Me estaba
volviendo loca? ¿Puede ser que estaba descubriendo algo que nadie me había
dado? Entonces empecé a pensar: “¿Qué tiene ella que no tenga mi novia?” Porque
no era nada normal que otra persona me estuviera volviendo loca, casi
literalmente. Empecé a obsesionarme con pasar cada minuto de mis días con ella,
dependiendo de cada paso que ella daba. No era normal, llegaba al borde de la
locura, al borde de llorar casi todas las noches por intentar descubrir qué es
lo que estaba sintiendo.