Será mejor que empecemos por el principio, no es nada fácil
mi historia.
El 18 de agosto del 2014 yo empecé a salir con una chica,
una preciosa niña de 17 años que conocía desde hace aproximadamente un año y
algunos meses. Nos dimos cuenta que nos queríamos bastante y nos pareció buena
idea empezar una relación seria. Sentía como ella me llenaba por completo, me
daba todo lo que necesitaba, o al menos eso pensaba yo. Todos los días hablábamos
por teléfono, no había ni un día que no nos llamásemos. Sí, era una chica que
vivía bastante lejos de mí.
Cuando era más joven, viví algunas “historias de amor” a
distancia, pero siempre esporádicas, siempre me mentían, me engañaban o
simplemente no sentían verdadero amor. Por ello, hace un año, más o menos,
decidí no estar nunca más con nadie que viviera lejos de mí. Me negué
totalmente. Pero ya a mi chica la conocía desde hace bastante tiempo y fue
entonces que me dije a mí misma: “No te niegues esta vez, puede ser que sea la
indicada, la verdadera.” Me decidí y, con mucho valor, empecé con ella. Era
precioso compartir mi vida con ella, creía.
Cumplimos el primer mes, y todo era bastante bonito. Un
viernes, precisamente el viernes 19 de septiembre del 2014, como otro viernes
cualquiera, después de salir de clases fui a casa de mi amiga a quedarme el fin
de semana a dormir. Pero esa noche, vi como ella se conectaba a un chat. ¿Un
chat? ¿Eso realmente para qué sirve? Se supone que ahí no encuentras nada, pero
bueno, era su decisión y si quería conocer a alguien, me pareció bien. Yo seguí
con mi portátil, en el sofá, escuchando música. Pero realmente la idea del chat
me dio bastante curiosidad. Mi novia había salido con sus amigas esa noche y no
tenía otra cosa mejor que hacer, tampoco parecía mala idea para echar la noche
del viernes. Por lo tanto, decidí entrar al chat y comencé a leer la sala general.
Algunas chicas me habrían privado para lo que todos sabemos: “sexo cibernético”.
¿En serio? ¿A estas alturas? Bueno, cerraba las ventanas y seguía leyendo, nada
más. Hablaba con alguna chica que otra, las que parecían que no buscaban nada
raro, pero yo siempre aclaraba que tenía pareja, que sólo venía a hablar y
conocer personas, pero que sólo para ese momento, pues no daría información
privada. De repente me abrió privado una chica, el cual su nick me había
producido intriga, me gustaba, no era tan común como la gran mayoría, y
empezamos a hablar. Una conversación normal y bastante interesante, pero ojo,
también le avisé que tenía pareja, por si quedaba alguna duda, nunca se sabe. Hablábamos
de manera fluida y divertida. Ella me contaba cosas suyas y yo cosas mías como
qué estudiábamos, qué música nos gustaba, qué hobbies teníamos. Ella era de
Madrid, yo de Canarias. Recuerdo que uno de sus comentarios fue: “No me gusta
nada las playas”. Yo me reí, era bastante gracioso que una persona que vive en
un lugar sin playa, no le guste; pensé. Además, me llevé la sorpresa que ella
también tenía pareja. ¿No era la única persona rara que entraba en un chat de
lesbianas aun teniendo pareja? Eso me llamó más la atención y seguimos hablando
un rato más. Cuando ya se iba a ir, sentí algo raro, pues me dijo que no iba a
volver a entrar al chat, que había sido un casual y que había entrado solamente
para reírse de esas chicas desesperadas y vacilar con ellas. Sentí que perdía
la oportunidad de conocer a una chica bastante interesante que podría ser en un
futuro una buena amiga con la que poder charlar. Entonces, me pidió el número
del teléfono para así seguir hablando por WhatsApp. ¿En serio me lo había
pedido? Qué mal, yo no quería dárselo, me daba miedo con qué podría
encontrarme, pues sólo habíamos hablado esa noche. Entonces, después de un rato
pidiéndole consejo a mi amiga, me recomendó que se lo diera, era sólo una chica
a la que había conocido y que nos habíamos caído bien. Era cierto, no tenía por
qué exagerar las cosas. Finalmente, le di mi número y me habló. Seguimos
hablando hasta las tantas de la madrugada, ¿4 o 5 de la madrugada? Esa misma
noche me pidió una foto y se la mandé. Cuando me dijo que era bonita, incluso
sonreí; así que también le pedí una foto a ella. Me pareció bonita también,
pero ahí se quedó, no fue a mucho más la conversación. Cuando ya no
aguantábamos ninguna de las dos el sueño, decidimos dormirnos.
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